viernes, 6 de enero de 2017

Epifanía del Señor

Hacia el final del reinado de Herodes, cierto día llegaron a Jerusalén unos "Magos" provenientes de la región de Persia, preguntando por el lugar donde había nacido el Rey de los Judíos o Mesías, tan anunciado por los profetas Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel.

- ¿Cómo os ha llegado a vosotros, tan lejos, la noticia si todavía no se ha inventado la radio ni la televisión? -dijo Herodes.

- Por las estrellas que hemos visto brillar. Por una estrella nueva, misteriosa, brillante más que el sol, que acaba de nacer. Hemos estudiado todas las escrituras: las de los Bedas, los libros antiguos de los Persas, las predicciones de Egipto y las profecías vuestras. Hemos llegado a la conclusión, sin lugar a dudas, que la estrella recientemente descubierta por nosotros es la que está anunciada en el Libro de los Números y el Rey que ha nacido es el que anuncia el profeta Zacarías: humilde y justo. Sin duda que el pueblo judío es el más privilegiado de las naciones, porque ha nacido en él, el Rey que gobernará naciones con justicia y mansedumbre, sin espada, sólo con la sabiduría de su inteligencia. Pero..., no sabemos dónde.



- Ese es un asunto fácil para mis letrados y sabios -dijo Herodes a los Magos. Seguro que no lo habéis leído todo. Ya veréis cómo mis doctores de la Ley y los sabios de Israel en poco tiempo nos resuelven el problema.

En efecto, llamó Herodes a los sacerdotes y escribas y les ordenó al punto:

- Quiero que investiguéis dónde y cuándo tiene que nacer el Mesías. No me lo digáis ahora. Mantened el "suspense" hasta los postres. ¡Hoy tengo una cena importante!

Los letrados se pusieron al punto a investigar en las Escrituras sobre el asunto y no tardaron en encontrarlo en los "rollos" de los profetas Isaías y Miqueas.

Mientras tanto, Herodes dio un banquete suculento a los extraños Magos. Consumieron vinos generosos de ambas riberas del Jordán, en copas romanas de doble asa. Les hizo obsequios y recibió de ellos regalos.

Después de hablar un rato con ellos y de mostrarles todas sus maravillosas reformas, con talante autosuficiente les dijo:

- Sepamos ahora lo que dicen mis escribanos sobre las profecías de ese nuevo rey. ¡Quizás pueda ser el Mesías! Aunque yo, en política, soy de la opinión de que hay que pactar con los romanos. Son generosos y bravos. Ellos son el progreso. Así lo aconsejan los tiempos modernos... ¡Veamos!

Los escribas se presentaron y con voz altisonante leyeron sus conclusiones:

- Majestad, ilustres magos orientales, señoras y señores. Hemos encontrado una frase que indica el lugar exacto del nacimiento del Rey de la Paz:

Y tú, Belén de Efratá, aunque eres la menor entre los clanes de Judá, de tí ha de salir aquel que ha de dominar en Israel y cuyos orígenes son desde antiguo, desde muy antaño.


Entonces Herodes hizo desalojar la sala de oídos indiscretos y dijo a los Magos:

Teniéndolo tan fácil no estaba yo suficientemente informado. He estado muy atareado en la reconstrucción del templo. He embellecido la ciudad, que estaba arruinada después de medio siglo de luchas. Bajo mi mandato se ha establecido la paz gracias a más tratados con los romanos. No es bueno dar publicidad al nacimiento de "otro" rey nuevo. Id vosotros a Belén e informáos de todo lo referente a ese niño y a sus padres. Luego yo, en el momento oportuno, también iré a postrarme ante él y adorarle. Haré preparativos y dispondré tambien mis regalos para hacerle honores divinos.

Los inocentes magos quedaron admirados de la discreción del rey y le dijeron: Así lo haremos, gran rey Herodes.

Después de dormir ese día en palacio, se despertaron muy temprano y emprendieron el camino del sur, por donde está Belén a sólo media jornada. Al amanecer de ese día, volvieron a ver la estrella y cabalgaron hacia ella hipnotizados. Cuando la estrella quedó encima de ellos, estaban entrando en el poblado de Belén.

No sabemos si los Reyes Magos eran tres, o cinco, o más. Fueran los que fueran les unía una misma estrella o cometa; una ilusión, una empresa, una fe. Una sola era la fuerza y uno solo el objetivo: llegar a Belén. La fe es la única razón para llegar a Belén y encontrar a Jesús.

Pero volvamos a los Magos nuestros. Los hemos dejado entrando en Belén. Están buscando a un niño y solamente tienen como pista las luces que se van encendiendo aquí y allá. Belén es una algarabía. Aunque el poblado no es grande,hay gente de todas partes y por todas partes; gente altiva y orgullosa de ser de Belén, la tierra de David, el fundador de la casa de Belén.

Los Magos pasaron aquel día preguntando... explicando..., buscando... Pero fue en vano. ¡Qué distraida va la gente aún cuando Dios está a su lado! -pensaron.

Y cayó la tarde, y entró la noche cerrada. Rebuznos; mugidos; ladridos; lloros de niños. ¡Nada! De pronto, una de las muchas cuevas de la montaña quedó iluminada: ¡Qué raro! ¡Mirad, mirad! ¡Lo encontramos! ¿No veis aquella cueva iluminada?

- No. No vemos nada.¡Locos! ¡Visionarios!

Pero aquellos magos ya no oían más que la voz que les hablaba por dentro: ¡Lo hemos encontrado! ¡Lo hemos encontrado!

Y se fueron a aquella cueva con sus camellos y sus criados. Y tuvieron que entrar con la cabeza gacha... porque la puerta era baja. Y vieron un Niño en brazos de una mujer con carita de niña. Se postraron... Y a José le dieron los tres besos rituales en las barbas. Luego, estuvieron un rato sin decir nada... ¡Sólo contemplando! Miraban a María... Miraban al Niño... Y miraban todo el interior de la cueva iluminada con una luz que no se sabía de dónde partía. Pero eso, ¿qué importaba? Lo verdaderamente importante es que estaba iluminada.

Los Magos eran unos hombres que tenían cabeza de sabios y corazón de niños. Eran almas evangélicas desde antes que Jesús predicara. Su aventura debía ser coronada con el éxito porque habían descubierto que un Niño es el más grande. No venían a buscar a Herodes el Grande, sino al más grande, que era, precisamente un niño: ESTE NIÑO.
 

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