jueves, 22 de septiembre de 2016

No podemos vivir sin la luz del sol


Dios no es nuestro rival y su existencia no coarta nuestra libertad, como decía el Papa, sino que es ella la que nos hace ser libres.


Por: Jesús David Munoz, L.C. | Fuente: Virtudes y Valores 




SS Benedicto XVI ilustró, , una realidad que por desgracia hemos marginado: «Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla?» (Benedicto XVI, homilía en Santiago de Compostela, 6 de noviembre de 2010).

El siglo XIX, recordó también el Papa emérito  en la plaza del Obradoiro, fue escenario de un ateísmo irracional y deshumanizador en el que se proponía a Dios como el antagonista del hombre. Ciertamente Benedicto XVI aquella vez en su homilía no se refería (sin citarlos) solamente a Feuerbach, a Comte, a Nietzsche y a Marx, ni tampoco aludía a filósofos posteriores como Sartre que decía: “Si Dios existe, yo no soy libre”. Se dirigía principalmente a esa corriente actual de laicismo beligerante que quiere hacer creer al hombre que es un cúmulo de letras agrupadas por el azar y no una poesía salida de la mente de Dios y escrita por amor.


Está claro que Dios es una de las realidades sobre la que somos más ignorantes y que necesitamos comprender mejor. La imagen pagana de un Zeus fulminador que calcina a todos los que se atrevan a desafiarlo es una concepción equivocada, propia de una religiosidad infantil y enfermiza y de un ateísmo ciego sin luz.

Esta errada noción ha llevado a un gran número de personas considerar a Dios como su principal contrincante y a vivir como si no existiera, o si existe, no me interesa: sobra. Sin embargo, permitiéndonos una pequeña comparación ¿puede una planta apartarse del sol diciendo: “El sol ha muerto, ¡viva la Super planta!”, sin comenzar a podrirse en ese mismo momento? ¿O puede decir: “la fotosíntesis es el opio del pueblo”, sin estar renegando al mismo tiempo de sus raíces? ¿O puede escribir libros titulados: “The Sun delusion”, sin estar burlándose de su misma esencia? De la misma manera, no puede un pez decir que el mar no lo deja ser “libre”. Necesita del agua para vivir, de lo contrario moriría. El agua hace “libre” al pez; pues sólo puede moverse dentro de ella.

Muchos hombres que se creen “libres” sin Dios se parecen a la sardina que festeja su libertad en el refrigerador de una tienda, o asemejan al árbol que, por no quemarse con el calor del sol, se ha escondido en la sombra, se ha secado y ahora arde entre las llamas.

Dios no es nuestro rival y su existencia no coarta nuestra libertad, como decía el Papa, sino que es ella la que nos hace ser libres. Nuestra dependencia de Él es más profunda que la del pez con respecto al agua y la de las plantas respecto al sol, ya que sin Dios no sólo no viviríamos: simplemente no existiríamos.

Bien entendió esto san Pablo cuando decía, citando a un escritor pagano: “en Él vivimos, nos movemos y existimos”. De la misma manera indicó el Papa en su homilía: “¿Cuál es la aportación específica y fundamental de la Iglesia a Europa […]? Su aportación se centra en una realidad tan sencilla y decisiva como ésta: que Dios existe y que es Él quien nos ha dado la vida” (Benedicto XVI, 6 de noviembre de 2010).

Él no restringe nuestra libertad, del mismo modo que un padre no lo hace cuando le ordena a su hijo adolescente que no esté en la calle hasta las dos de la madrugada. Con esto le está enseñando a ser libre, como el agua enseña al pez a actuar como pez.

Con sus mandatos, Dios nos quiere enseñar que la grandeza de la libertad radica en su relación con la Verdad y nos instruye a dirigir responsablemente nuestra racionalidad. Decir que 2+2=5 no es libertad. Decir que la eutanasia es una muerte digna cuando en realidad viola el respeto debido a la vida y se convierte en un asesinato, no es libertad. Decir que el embrión es un amasijo de células cuando en realidad es un ser humano con un código genético propio, no es libertad.

La existencia del Creador no sólo no me hace esclavo sino que me lleva a realizar el acto de libertad más grande que puede hacer el ser humano. Por eso puedo libremente como hombre, a diferencia de las demás creaturas de este mundo, decirle a Dios “te amo, gracias por haberme creado”. Tan libres somos que podemos decir a Dios “Padre nuestro...”. De este modo podemos darnos cuenta de Él no es nuestro oponente, sino el origen de nuestro ser y cimiento y cúspide de nuestra libertad (cf. SS Benedicto XVI, 6 de noviembre de 2010).

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