jueves, 25 de junio de 2015

Tiempo de reflexión para el catequista




El Espíritu Santo está entre nosotros, y esa es la gran noticia para todos los catequistas, porque significa un nuevo nacimiento, un nuevo inicio, un renacer en la Trinidad Santísima que nos fortalecerá en nuestra misión de transmisores de la palabra de Dios. El Símbolo, profesión de fe formulada por la Iglesia, nos remite a las fuentes bíblicas, donde la verdad sobre el Espíritu Santo se presenta en el contexto de la revelación de Dios Uno y Trinitario.

Jesús nos envía el Espíritu prometido, para que comprendamos mejor su grandeza y bondad. Es una señal del amor que nos tiene, pero al mismo tiempo es compromiso y tarea, ya que como cristianos y catequistas, debemos tomar de fuerza de este Espíritu enviado, renacer en El y transmitir la buena noticia a todos los hombres. Es un tiempo de reflexión, pero también de crecimiento profundo en nuestra fe, lo que redundará en la misión que tenemos encomendada para con nuestra comunidad.

..La catequesis en el mundo contemporáneo 

Jesucristo hoy, presente en la Iglesia por medio de su Espíritu, sigue regando con la Palabra del Padre el campo del mundo. La Iglesia continúa sembrando el Evangelio de Jesús en el gran campo de Dios. Ella, por medio de una catequesis, en la que la enseñanza social de la Iglesia ocupe su puesto, desea suscitar en el corazón de los cristianos "el compromiso por la justicia" y la "opción o amor preferencial por los pobres".
Desde ese plano, hoy queremos remarcar la importancia de la enseñanza y el compromiso que deben tener los que enseñan; en este caso, los catequistas.

Hay cosas, que aunque parezcan obvias, nunca están demás remarcarlas. En el plano de la oración, debe haber una relación profunda entre Jesús y el que enseña su palabra. En el plano de la formación, el catequista debe esmerarse en cuidar todos los detalles, para que la palabra llegue limpia, con fuerzas y con la claridad necesaria para que todos comprendan. Y en el plano testimonial, el responsable de transmitir la buena nueva, debe ser un testimonio vivo de esa palabra, para que los que reciban la misma, vean una coherencia cristiana en el actuar del mismo.


.."La catequesis del catequista"

Dios hace a todos los hombres y mujeres el llamado personal e intransferible de una vida, que se recibe como don y que se realiza en libertad. En esta afirmación queda encerrada la clave para una auténtica ética de la persona. No existe vida alguna que no merezca ser vivida. Con este llamado, Dios ofrece generosamente el llamado a la realización personal. Más allá de los condicionamientos más débiles o más contundentes ofrecidos por los diversos contextos, cada vida trae consigo el ineludible compromiso de ser y de hacer esto o aquello. Y en la aceptación incondicional de este compromiso quedan comprometidas, no sólo la felicidad de la persona, sino fundamentalmente su misma ética, en tanto ésta es el modo de obrar, profundamente humano, por el cual el hombre se vuelve con toda la fuerza y la coherencia de su fe, de su inteligencia y de su voluntad a lo que Dios lo invita a vivir. Desde esta perspectiva, el catequista está llamado a ser entrañablemente él mismo... En la verdad y en la hondura de su identidad resuena el llamado de Dios que lo convoca a ser eco de Cristo, para que muchos hombres y mujeres se encuentren con Él. ¡Cuánta sintonía y cuánta fidelidad! ¿Cómo hacerse eco auténtico? ¿Cómo no ser una caja de resonancia de otras voces y de otros ruidos capaces de distorsionar la verdadera identidad?. En esta disyuntiva existencial: ser o no ser lo que Dios lo invita a ser, queda implicada la naturaleza humana del catequista. Caída y redimida. Débil y fuerte. Imperfecta y llamada a la plenitud. Sería impensable un catequista desprovisto de la gracia de Dios. Sería impensable un catequista errante, náufrago de procesos educativos incapaces de albergarlo.

La naturaleza humana, abierta al auxilio divino de la gracia y al auxilio humano de la educación, se perfecciona y se hace más imagen y semejanza de Dios. Se hace tierra fértil en la cual Cristo crece, configurando en la personalidad del catequista todas las virtudes que lo hacen capaz de ser lo que Dios lo invita a ser. En este proceso educativo, la catequesis ocupa un lugar propio e inconfundible. A ella le corresponde la educación de la fe. Y el catequista, como hombre de fe, necesita ser permanentemente educado en la fe. Para ser entrañablemente él mismo, el catequista necesita hacerse destinatario de la catequesis. Destinatario de itinerarios formativos diseñados para él, en los cuales la educación en la fe sea intencional y sistemáticamente favorecida. En el integral entramado de dimensiones diversas asumidas por la formación de los catequistas, tendrá un lugar privilegiado la educación de la fe, en tanto virtud teologal que ha de ser sostenida, fortalecida, animada, informada y testimoniada a lo largo de toda la vida.

Pero, para ser entrañablemente él mismo, el catequista necesita hacerse destinatario, también, de los procesos catequísticos diseñados para sus catequizandos y catecúmenos. Allí, en la siempre nueva dinámica del encuentro y del proceso catequístico, allí Dios obra produciendo siempre lo inimaginable. Allí, en el misterio de una metodología y de unos recursos siempre imperfectos, Dios logra, una vez más, como aquel día junto al pozo de Zicar, que los discípulos sean testigos. Y el catequista se hace destinatario de lo que los catequizandos y catecúmenos dicen.

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