jueves, 29 de enero de 2015

La madre de familia

La madre de familia
Un agradecimiento a las madres, que trabajando fuera de casa o no, han comprendido y realizan esa labor de ser madre de familia


Por: Alejandro González | Fuente: Catholic.net




El título de madre me merece tanto agradecimiento y respeto, entre otras muchas cosas más, que inicio este artículo pensando que me meto en un charco del que no sé cómo voy a salir. Estar a la altura de tan gran don divino tal vez requiera una pluma mejor que la mía. Pero no me arredraré aunque solo sea por llevar la contraria a quienes no valoran esa labor o les parece un desprecio o algo así hacia la mujer.

Alguno puede pensar que soy de esos a los que les encanta ver a la mujer solamente en el hogar, siento decirles que se equivocan. Admiro a esas esposas, abundantes años atrás, que fueron el sostén de los hogares, muchas veces haciendo milagros con muchos hijos y poco dinero y, en no pocos casos, con poca o ninguna ayuda en su tarea del esposo aunque había excepciones como pude ver en diversos casos, como el de mi padre. Esas mujeres tuvieron su felicidad terrena a pesar de los sacrificios, no lo dudéis, porque asumieron su misión con un orgullo y, sobre todo, con espíritu de entrega y servicio. El premio ya lo han obtenido, estoy seguro, porque Dios es buen pagador.

La vida y los tiempos me han abierto los ojos y la mente, sobre todo al tener hijas que, además de hacer su carrera y encontrar un trabajo profesional, atienden a sus hijos y no les falta la ayuda de esos esposos, más abundantes hoy día, que colaboran en las tareas del hogar como es lógico, mejor dicho es de justicia y de asunción de una parte de sus responsabilidades, además de señal de cariño.

Termino mis explicaciones y la ración de incienso para entrar en lo que me ha motivado hoy a escribir, nada más y nada menos que tratar de llegar a estas madres actuales, muchas trabajadoras a la vez en el hogar y fuera del hogar como a esas otras que sólo atienden a sus tareas familiares porque así lo han considerado conveniente o la situación laboral nos les permite tener un trabajo externo. Perdonadme la osadía, al tiempo que os ruego que comprendáis que mis consejos los doy con afecto y admiración a todas.
Si bien hombres y mujeres somos iguales en obligaciones, derechos y dignidad no lo somos en nuestra naturaleza exterior e interior. Como la exterior es evidente voy a referirme a esa parte interna, pienso que más importante, principalmente porque es lo que tratan de anular algunas filosofías que se van introduciendo en nuestra sociedad.

Siguen siendo ellas, normalmente, las que llevan el peso más importante de dentro, no sólo en las tareas domésticas, sino en otras más importantes. Planchar, fregar y esas cosas parecidas son trabajos que mejor o peor los puede hacer cualquiera, con esfuerzo por supuesto. Lo difícil es ser el alma y el corazón de la familia, para esto hay que tener algo especial. Para explicar de alguna forma permitidme algo que ya publiqué en otro de mis artículos, no deja de ser una leyenda oriental pero es muy expresiva:
“Un día Dios se asomó a la tierra para contemplar la obra que estaba creando y se apoyó en la orilla del Nilo. Un cangrejo que andaba por allí le mordió en una mano y cayeron sobre el barro de la orilla unas gotas de su sangre divina. Recogió Dios ese barro mezclado con su sangre y se dijo, qué voy a hacer con esto, no puedo dar un mal uso a mi propia sangre……..y dijo Dios, ya sé haré el corazón de las madres….”

Veis, ya pensaban así desde hace muchos siglos porque el corazón de la madre es el pilar sobre el que Dios dispuso, con su infinita sabiduría, que se sustentaran el amor, la unidad y todo aquello que tiene que ver con esos temas más espirituales y afectivos de la familia. Ahí el esposo no pude remplazaros nunca, por mucho que se esfuerce y bueno que sea.

Por ser insustituibles no deberíais abandonar esos aspectos, pienso que no lo hacéis, pero me permito recordarlo porque hay ideologías que, para dominar la sociedad, pretenden debilitar a la familia, incluso ocupar su lugar en la formación de los hijos, y para ello nada mejor que quitarle el alma, la mujer, menospreciando su importantísima labor intentando convencerla de que debe dedicarse a otras tareas donde se realizaría más.

Una buena cosa sería que todos reflexionemos con este extracto de lo que nos enseñaba Juan Pablo II al hablarnos de la mujer y la sociedad:

“No hay duda de que la igual dignidad y responsabilidad del hombre y de la mujer justifican plenamente el acceso de la mujer a las funciones públicas. Por otra parte, la verdadera promoción de la mujer exige también que sea claramente reconocido el valor de su función materna y familiar respecto a las demás funciones públicas y a las otras profesiones. Por otra parte, tales funciones y profesiones deben integrarse entre sí, si se quiere que la evolución social y cultural sea verdadera y plenamente humana.

Si se debe reconocer también a las mujeres, como a los hombres, el derecho de acceder a las diversas funciones públicas, la sociedad debe sin embargo estructurarse de manera tal que las esposas y madres no sean de hecho obligadas a trabajar fuera de casa y que sus familias puedan vivir y prosperar dignamente, aunque ellas se dediquen totalmente a la propia familia.

Se debe superar además la mentalidad según la cual el honor de la mujer deriva más del trabajo exterior que de la actividad familiar. Pero esto exige que los hombres estimen y amen verdaderamente a la mujer con todo el respeto de su dignidad personal, y que la sociedad cree y desarrolle las condiciones adecuadas para el trabajo doméstico...

...Desgraciadamente el mensaje sobre la dignidad de la mujer halla oposición en la persistente mentalidad que considera al ser humano no como persona, sino como cosa, como objeto de compraventa, al servicio del interés egoísta y del solo placer; la primera víctima de tal mentalidad es la mujer.”

No quiero terminar sin un agradecimiento a las madres, que trabajando fuera de casa o no, han comprendido y realizan esa labor de ser madre de familia. Especial mención merece el esfuerzo de esas otras que solas, por viudedad o abandono del esposo, han tenido que hacer de padre y madre con tremendo esfuerzo, muchas veces compaginando el trabajo fuera y dentro del hogar. Finalmente quiero dejar constancia de mi cariño por esas mujeres que se quedan embarazadas y deciden, ante dificultades de diversos tipos, continuar con su embarazo antes de abortar. Ese tipo de mujeres valientes son merecedoras del apoyo de los suyos y de la sociedad.

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