Siempre ha
estado ahí ese anhelo, esa mirada, esa pregunta. No siempre le sé poner nombre,
pero, Señor, tengo sed de ti, de justicia, de respuestas, sobre todo, de amor.
De un amor radical, profundo, incondicional y eterno. Y todo eso eres tú.
En este tiempo de Adviento me recuerdas que estás viniendo, una y otra
vez, a mi mundo, a mi historia, a mi vida. Y me das un toque de atención
para que no me distraiga con otros anhelos que se agotan pronto, con otras
hambres que nunca me satisfacen, con otros motivos que entretienen, pero no dan
sentido. Porque lo que deseo, eso es lo que voy a perseguir con todas mis
fuerzas. Pues, Señor, te necesito a ti. Ven, Señor Jesús.
Necesito
Necesito
tu presencia, un tú inagotable y encarnado
que llena toda mi existencia,
y tu ausencia, que purifica mis encuentros
de toda fibra posesiva.
Necesito
el saber de ti que da consistencia
a mi persona y mis proyectos,
y el no saber que abre mi vida
a tu novedad y a toda diferencia.
Necesito
el día claro en el que brillan los colores
y se definen los linderos del camino,
y la noche oscura en la que se afinan
mis sentimientos y mis sentidos.
Necesito
la palabra en la que te dices y me digo
sin acabar nunca de decirnos,
y el silencio en el que descansa
mi misterio en tu misterio.
Necesito
el gozo que participa de tu alegría,
última verdad tuya y del mundo,
y el dolor, comunión con tu dolor universal,
origen de la compasión y la ternura.
Benjamín G. Buelta, sj
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